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Esta raza vampírica viene de Bolivia, y sus especímenes habitan en las cuevas del altiplano. Tiene generalmente la apariencia de un viejo bonachón, calvo, bien gordo y sonriente, con un sombrero plateado de ala ancha y ropas antiguas recamadas en oro. Sin embargo, dicen que porta una inquietante sonrisa gélida, inamovible, como congelada en sus labios...

Siempre se acerca a sus víctimas mediante el engaño, generalmente mostrándose como un anciano en problemas, en aprietos que requieren que el viajero entre en su morada; de modo que, cuando éste ingresa, practicamente nunca más vuelve a ver el sol...



Según los interpretes del mito, la ropa del Abchanchu indica su linaje divino, su filiación al antiguo panteón quechua. Pero esas raíces autóctonas no son suficiente para que este vampiro beba tanto la sangre de extranjeros como de sus propios compatriotas, de modo que los bolivianos evitan pasar cerca de grutas y cuevas cuando tienen que atravesar los amplios espacios del altiplano. No obstante no debe creerse que todos los que son víctimas del Abchanchu mueren inmediatamente pues, en los relatos de los ancianos, se cuenta que unos pocos han sobrevivido, aunque eso es temporal porque posteriormente mueren de una extraña enfermedad que no tiene cura, siendo a causa de eso conocidos como los "Anchanchun uñkata", esto es, "los que han sido mirados por Anchanchu"

A inicios del siglo XVIII, el mito del Abchanchu fue marginado a las regiones más inaccesibles del altiplano boliviano, pero un siglo después, reapareció en aldeas y comarcas de toda Bolivia, excepto de la región oriental. Creyéndose entonces que su espacio de actuación era más amplio, pasó a ser causante de incendios y muertes sospechosas en las haciendas; además de que adquirió el rango de demonio atmosférico, pues frecuentemente era visto como el causante de diversas desgracias climáticas.

"Pasa, pasa Anchancliu, no me hagas ningún mal, porque el Mallcu me ampara.", tal era la única fórmula conocida para cuidarse del vampiro, que conservó y aún conserva su naturaleza originaria en la región boliviana de Uyuni, donde recorre las planicies con su inamovible sonrisa de hielo, arañando los cristales de las ventanas y la madera de las puertas, en busca de algún incauto que salga a abrirle.

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