Desde que la pequeña Edith encuentra a la muñeca Maddie dentro de la habitación de Amadine Tussaud, la antigua dueña de la casa, una extraña obsesión por la muñeca nace en ella, al mismo tiempo que comienzan a suceder trágicos y terroríficos acontecimientos dentro de la familia. Al final, todo resulta ser el plan profético de Amadine, quien aún después de muerta, planea un sangriento sacrificio para poder volver a la vida.
"Me dijo cosas tan secretas,
Que tú no puedes oír,
Me confesó algunos pecados,
Que prefiero no decir..."
Mi muñeca me habló (canción)
Dicen que cuando los niños
traviesos están en silencio por mucho tiempo, es porque algo muy malo están
haciendo y eso fue lo resonó en la cabeza de Axel cuando se percató de que su
hija, Edith, no se escuchaba correr ni gritar por los pasillos vacíos y
silenciosos de la casa nueva.
_ ¡Edith! ¿Qué estás haciendo?
–Preguntó y en la casa sonó un eco que se estiró entre las habitaciones
Pero ella no respondió. Axel
estaba desempacando algunos adornos de vidrio y cerámica de Maia y poniéndolos
sobre el estante de roble que le regaló su madre como obsequio de bodas, pero
al no ver a Edith por ningún lado, dejó de hacerlo y buscó con la mirada hacia
las proximidades de la casa que estaban dentro de su campo visual. Nuevamente
no vio a nadie.
_ ¡Maia! –Le gritó a su esposa
que estaba en el segundo piso ¿Está Edith contigo?
Ella bajó la escalera con apuro,
sus talones sonaron en eco al golpearse con los escalones.
_ ¿Edith? –Dijo No, pensé que
estaba contigo. Ahora que me lo dices, no la he escuchado desde que comenzamos
a ordenar esto último. –Giró la cabeza hacia afuera y dirigió su mirada al
porche, sobre los tablones fríos de madera, había unas hojas de otoño coladas
sobre la alfombra en la puerta principal, pero Edith no estaba allí. Hacía tres
días que se habían mudado y ese había sido el lugar que había elegido para
jugar a "tomar el té" con sus dos peluches grandes. Mi amor, ¿estás
ahí?
Caminó hasta allí, pero no la
vio. El frente era grande, entre el porche y la verja había un gran cuadrado
verde en el que florecían tristemente pequeñas florecitas de color amarillo
apagado, siete higueras medianas y un enorme sauce llorón que en conjunto le
daban a la casa un toque tétrico y melancólico. En el sauce, colgaba un hamaca
hecha con dos cuerdas sucias y una madera gruesa e hinchada por la humedad,
Edith se había hamacado varias veces allí, pero en ese momento, los ojos de su
madre sólo percibían un columpio vacío y estático como un recuerdo congelado.
_ ¿No la ves, cariño? –dijo Axel
desde adentro
_ No, no está aquí. ¡Edith!
–Gritó de nuevo
En eso, mientras el llamado de la
niña se iba perdiendo entre las ásperas ramas de las higueras, Axel logró
escuchar un tímido murmullo que venía desde una de las habitaciones. Dio media
vuelta y se dirigió hasta allí, al verlo, Maia lo siguió.
_ ¿Edith? –Dijo viendo la
habitación entreabierta ¿A caso no te dije que no vayas a esa habitación?
_ ¡Guarda silencio, papá te va a
escuchar! –exclamó ella un segundo antes de que su padre se asomara por la
puerta y se llevara una sorpresa.
Aunque Edith los había
desobedecido, ella parecía estar bien. Estaba sentada a los pies de la cama de
dos plazas sobre el piso polvoriento y rechinante, frente a ella, había un
cuadrado de terciopelo color rojo y finalmente, sobre éste yacía sentada una
vieja y macabra muñeca.
_ Niña, ¿qué estás haciendo? ¿No
escuchas que te estamos llamando? Te dijimos que no entres aquí, estas cosas
son de la antigua dueña del lugar.
Entró a la habitación junto con
Maia que acababa de llegar al lugar, era la segunda vez que lo hacían y no
dudaban en tirar a la basura todos los muebles de la señora Amadine Tussaud,
quién hacía ya diez años, se había suicidado precisamente en esa habitación por
razones desconocidas.
_ Lo siento, es que estoy jugando
con mi nueva amiga, Maddie.
Los ojos de sus padres se posaron
como flechas despiadadas sobre la muñeca sentada sobre el terciopelo. En
seguida, Maia se acercó para tomar la muñeca.
_ Oh, Edith. ¿De dónde la has
sacado? –preguntó levantándola, notando lo horrible del aspecto de la muñeca.
_ La encontré en ésa caja. –dijo
señalando con el dedo al baúl abierto en el rincón de la habitación Lo abrí y
estaba ella, sonriendo alegre de haber encontrado una amiga, me ha contado
muchas cosas y ahora es mi mejor amiga.
_ ¿Contado? ¿Es parlanchina?
–Preguntó su madre separando las dos cintas de velcro que su espalda para
encontrar un parlante, pero no había nada
_ No lo creo –agregó Axel, mira
lo que es. Probablemente tiene más de cincuenta años.
La muñeca estaba muy bien
cuidada, pero por la supuesta antigüedad que mostraba su apariencia, lucía
espeluznante. Tenía décadas dibujadas en su rostro de goma dura, pintado a mano
los detalles de sus ojos, pestañas, cejas, labios y pecas. Tenía una mirada
penetrante y profunda, que junto con el peculiar gesto de su cara y su
sonrisita pícara daba la sensación de una niña curiosa y burlona que había
descubierto algo y se jactaba por eso. Su pelo, sin duda y como todas las
muñecas de su supuesta época, era real, de color castaño oscuro que le caía
hasta la cintura y que podría estar reluciente si las cortinas pesadas, de
color gris no hubieran impedido la entrada de los opacos rayos de luz del sol
de otoño en la habitación. Llevaba puesto un desgastado vestido de novia de
color lino, sobrecargado con tul y armado con seda y organza descolorida,
acompañado con dos zapatitos negros que desencajaban con todo su vestuario.
_ Mami, ¿me la puedo quedar?
–Preguntó Edith
_ Ay, no lo sé. Mejor te compro
una nueva mañana –le contestó ella, desaprobando la idea de quedarse con ese
horrible vejestorio
_ ¡Yo quiero a Maddie, no quiero
una muñeca nueva! –exclamó dramatizando la situación, sobresaltándose
violentamente.
Maia apartó la vista de la muñeca
y se fijó en su hija, nunca había reaccionado así en sus seis años de vida.
_ Está bien, está bien. Te la
puedes quedar, pero no grites así. A mamá y papá no le gusta que nos grites.
¿De acuerdo?
Ella asintió con la cabeza y le
arrebató con ligereza la muñeca para retirarse de la habitación.
Al irse, Maia se dirigió hacia
Axel, todavía pensando en el comportamiento de Edith.
_ ¿Viste cómo me gritó? Eso no es
típico en ella.
Axel se acercó hacia ella y la
envolvió en sus brazos.
_ Probablemente sea el estrés por
el cambio de casa. Está en pleno crecimiento, no podemos exigirle mucho. –Le
dio un beso que duró un par de segundos Y ahora que estamos hablando del tema,
yo también me siento muy estresado y con ganas de...
_ Axel, ahora no. –Interrumpió,
apartándose de él, camino unos cuantos pasos por el dormitorio y le habló sin
mirarlo Ya ha pasado más de un año y sigues sin comprenderme. Entiende que no
es fácil para mí.
Se fue hacia las ventanas y
corrió levemente las dos cortinas para dejar pasar un poco de luz, quería
evitar a toda costa tener otra discusión relacionada con su frigidez.
_ ¿No es fácil para ti? –le dijo
en un grito bajo Eso fue lo más egoísta que has dicho en los últimos años, ¿qué
se supone que haga yo, que me masturbe hasta la vejez esperando en vano que mi
mujer recobre su libido sexual? De verdad que me impresionas.
_ ¡Yo no pedí esto! –exclamó y se
escuchó desde afuera, pero Edith estaba muy ocupada hablándole en el oído a
Maddie y poniendo su oreja en la boca de la muñeca
_ ¡Yo tampoco! Y espero que lo
consideres. Piensa un segundo en mí y verás que tengo razón. exclamó él
Sin palabras, decidieron terminar
con la discusión en ese instante. Ambos sabían que Edith había escuchado los
gritos, tal y como lo había hecho los últimos meses, pero por lo menos se
consolaban con su inocencia que no la dejaba comprender nada de lo que decían.
Como si nada, siguieron
examinando la habitación de Amadine, una antigua residente del pueblo, según
los agentes de bienes raíces, una solterona antisocial que no salía de su casa
si no era necesario y fiel seguidora de una religión africana de la cual no se
tenían datos. Con esa información, pudieron comprender por qué en los roperos
se escondían grandes cajas de velones de colores blancos, negros y rojos, junto
con frasquitos con colonias, esencias y otros tipos de sustancias caseras que
al destaparlos, despedían un olor asqueroso. También, entre la colección de
posesiones de la señora Tussaud, había inciensos, sahumerios y materiales extraños
que posiblemente usaba para ofrendas o trabajos especiales.
A la tarde, todo eso fue tirado a
la basura, incluido los muebles. Ninguno de los dos era supersticioso ni nada
por el estilo, pero pensaban que era correcto apartar todas aquellas cosas relacionadas
con la extraña Amadine y sus prácticas diabólicas, pero nunca pensaron la furia
que desataría ello.
Cuando las acciones del hombre
son manejados por el deseo de la carne, la mente muere. Era justo lo que le
había sucedido a Axel, que aprovechando el turno nocturno de Edith en el
hospital, llevó una amiga a su habitación.
Edith dormía tranquilamente
abrazada a Maddie. Luego, durmió sola.
Axel pasó de la mano de su amiga,
Deborah, una rubia voluptuosa que había visto en internet y prometía dar un
intenso momento de placer si de por medio había un moderado monto de dinero.
Atravesaron el living rápidamente por si por esas ruines casualidades Edith se
despertaba y los veía, pero no, estaba sumergida en un sueño profundo, sola
hasta hace unos segundos.
Subieron las escaleras, los pies
golpeándose sigilosamente en los escalones parecían el galope de un caballo. Al
atravesar el pasillo corto, ingresaron a la habitación.
Axel, la tomó de la cintura y le
besó el cuello, luego sus manos enfurecidas apretaron sus senos y luego sus
nalgas. La desvistió rápidamente mientras ella le bajaba el cierre de su jean y
sacaba su pene erecto. Una acción llevó a la otra y cuando quiso acordar, Axel
estaba sobre Deborah, penetrándola con fuerza, vigor e ira en el piso de la
habitación. Los gemidos aminorados se retumbaban en las paredes pero no las
atravesaban. Después, todo terminó. Y volvió a empezar, una vez más.
Creyeron que la puerta estaba
cerrada, pero en realidad estaba entreabierta y a través de la fina pero agraciada
rendija se proyectaba la visión fantasmal de un ojo de plástico tan curioso,
como diabólico.
Maia volvió a las tres de la
mañana, antes de hacer nada, fue hacia la habitación de su hija para verificar
que se encontraba bien. La vio plácidamente dormida, su rostro perfecto
otorgaba ternura a quien lo veía. Fue hasta ella y le dio un beso en la
mejilla, la arropó y acomodó a Maddie, quien descansaba sobre su brazo pero
mantenía su cara pícara.
Subió las escaleras y vio a Axel
dormido en la cama, por un momento, pareció darle la misma ternura que Edith y
por primera vez pensó en lo difícil que era su lugar como esposo, padre y
hombre de la familia; "si hubiese sido otro hombre, seguramente ya me
habría votado o se buscaría a una amante para que le dé el placer que no le
puedo dar", pensó valorándolo y poniéndolo en el pedestal de "El
hombre perfecto".
_ Ya todo mejorará, amor. Estoy
dispuesta a buscar ayuda médica.
El sol se comenzó a asomar por el
horizonte medio campestre cerca de las seis y media de la mañana, corría un
viento fuerte, atónito y tormentoso. Maia decidió dejar en la cama a Edith, se
podría enfermar si la llevaba a la escuela con una helada como la que cruzaba
sobre ellos.
Tres horas más tarde, todos
desayunaban cereales y tostadas con mermelada en la mesa del comedor.
Edith había protestado para que
Maddie se siente a su lado y como su madre no soportaba sus tenaces
insistencias, terminó cediendo a la voluntad de su hija; aunque le recordó que
no es de buena educación poner muñecos en la mesa.
_ ¡Maddie no es un muñeco, es mi
amiga! –le gritó
_ ¡Hey! Ya basta, niña. Tu madre
ya te ha dicho que no le gusta que le grites de ese modo. –Dijo Axel tragando
los cereales mojados en leche
Edith se puso de pie, tomó con
determinación su tazón de leche y se lo lanzó con fuerza a su padre. El
plástico rebotó en su frente y lo empapó de leche.
_ ¡Y a mí no me gusta que hablen
así de Maddie! ¿Entendiste? ¡Maldito infiel!
Todo el mundo parecía haber
entrado en alguna especie de shock al ver la reacción de Edith. Sus padres
habían quedado mudos, no entendían de dónde su hija había sacado tanta
agresividad y cómo había aprendido las palabrotas que acababa de decir.
_ Ed... Edith... dijo Maia
soltando la caja de cereales al piso ¿Cómo te atreviste? Te desconozco...
En el momento que Maia iba a
emitir la siguiente pregunta, Axel se levantó poseído por una ira
indescriptible, necesitaba poner en su lugar a su hija que de un día para el
otro, actuaba con rebeldía, gritos, insultos y agresiones. Le tomó fuerte del brazo
y alzó la otra mano para pegarle una palmada.
_ Si me pegas, contaré tu
secreto, hijo de puta. –espetó la niña con una sonrisa vil
La soltó en seguida y junto con
su esposa, le dirigieron una mirada fruncida y confundida.
_ ¿De qué hablas, Edith?
–Preguntó Maia
La niña tomó a Maddie en la falda
y sonrió hacia su padre.
_ ¿Hay algo que quieras
confesarle a tu esposa, Axel?
Silencio. Caminó hacia el lavabo,
se lavó la cara y se sacó la remera mojada de leche. Intentaba disimular el
hecho, pero apenas podía.
_ ¿De qué están hablando?
–insistió Maia sintiendo en su pecho el fuerte latido de su corazón ¿Quién te
enseño esas malas palabras? ¡Por Dios! ¡¿Qué es lo que les está pasando?!
_ A mi nada, mami. Pregúntale a
tu esposo sobre Deborah y te lo dirá. Bueno... pensándolo bien y según lo que
me dijo Maddie hoy a la mañana, la idea de él era ocultártelo, entonces te lo
diré. Papá trajo una mujer a la casa, más bien una puta, ya sabes, de esas que
cobran por sexo. Su nombre era Deborah, la llevo a tu habitación y la cogió dos
veces en el piso. La muy puta gemía como los demonios.
Maia quedó sin respiración, su
hija se había convertido en una completa desconocida para ella.
_ ¡Por Dios, Edith! ¡¿Qué estás
diciendo?! ¿Qué te está pasando hoy? –Interrogó Axel desesperado acercándose a
ella y tomándole con ambas manos su carita
_ No te hagas el disimulado le
recalcó la niña, estoy diciendo la verdad. Mamá, por si no nos crees, Maddie
sacó algunas fotografías con la cámara, la que está arriba de la heladera.
Hubo un momento. Luego otro. Los
pensamientos gritaban enfurecidos dentro de una llamarada de desconcierto y
desesperación en las cabezas de sus padres. Axel estaba envuelto en un fuego
interior que lo hacía sudar como burro y sentía como si su corazón quisiera
salir de pecho y detenerse destrozado en el piso.
Maia, confundida, aturdida e
indecisa, comenzó a caminar hacia la heladera, del otro lado de la cocina y
tomó la cámara digital de la familia. Axel las miraba a ambas, creyendo y queriendo
que todo fuera una pesadilla.
La mujer encendió la cámara y
desde el comedor se escuchó un grito despavorido y el impacto de sus rodillas
en las maderas del piso.
Ambos corrieron hacia allí, Axel
la abrazó y tomó la cámara. Ahora, su corazón se había convertido en un trozo
de hielo blando y enfermo que estaba por detenerse. Se le formó un nudo en la
garganta seguido de tres arcadas que lo hicieron tambalearse y caerse de
rodillas junto a su esposa que justo se levantaba. Otra vez, el deseo y los pensamientos
oscuros predominaron sobre la mente y la razón. Podría haber jurado que todos
los cuchillos estaban en la otra mesada, pero por alguna razón, uno de ellos
había aparecido cerca de la mano nerviosa y huesuda de la mujer desesperada. Un
tajo. Una mejilla cortada. La madera reluciente manchada de sangre. Un grito,
luego dos. Luego tres. Ira. Miedo.
Un arduo trajinar le esperó en el
hospital. Catorce puntos de sutura desde la unión izquierda de los labios hasta
el lado opuesto del lagrimal. No se presentaron cargos, por supuesto que no.
"¿Cómo es posible que una
niña de cinco años pueda llegar a tal altura para tomar la cámara de
fotos?" se preguntaba Maia mientras le acariciaba el cabello a su hija.
Esa noche, se acostaron las tres juntas, pero una sola dormía, otra lloraba y
la otra se regocijaba detrás de un rostro inmóvil.
La comunicación matrimonial fue
recobrada a la semana y media, pero no eran tan agradables como antes.
Cualquier tipo de discusión anterior al día del suceso les había parecido una
estupidez, emitían frases cortas y sin sentimientos, principalmente ella, quien
ya no le miraba a los ojos. Axel sin embargo, sentía un profundo
arrepentimiento, tan intenso que se asemejaba al sentimiento de estarse
pudriendo lentamente desde el interior.
La única tranquilidad que tenían,
era que la insólita rebeldía de Edith había desaparecido. Había sido dos días
muy extraños, en los que Edith había mostrado su lado más oscuro, había
insultado, agredido y hablado con un vocabulario tan sucio como un chiquero de
chanchos, pero por suerte, todo había vuelto a la normalidad, o casi todo.
A parte la escasa comunicación,
el cambio de dormitorio de Maia hacia el cuarto de su hija y la espantosa
cicatriz en el rostro de Axel, había algo más que marcaba el sorpresivo cambio
de estilo de vida de la familia y era la profunda y casi enfermiza obsesión de
Edith por la muñeca de Amadine Tussaud, iba con ella hasta a la escuela y al
llegar pasaba todo el día en su cuarto, en el porche o en la hamaca del sauce
llorón hablándole como si fuera una persona viva con oídos de carne.
La tarde del día era tan dormida
y melancólica como la estación otoñal. Maia estaba sentada en uno de los sofás
nuevos leyendo un aburrido libro de inteligencia emocional, Axel estaba dando
clases en la escuela, en un par de horas llegaría a casa. En eso, Maia escuchó
unos pasitos ligeros, caminar por el pasillo cercano, se sobresaltó banalmente
al ver que era su hija acercándose a ella. Creyó que probablemente se aburrió
de dibujar con crayolas en su habitación, "...o de hablarle a una muñeca
de goma.", se dijo.
_ Mami –dijo ella recostándose en
su regazo, no quiero que duermas más conmigo.
A ella le sorprendió la frase de
su pequeña.
_ ¿Por qué, amor? –Le dijo
Recuerda que mamá está enojada con tu papá por lo que has descubierto sobre él
¿Lo recuerdas, amor? Nunca hemos conversado sobre eso.
Ella bajó la cabeza para que su
mamá le acaricie sus rizos cortos y cerrados. Después, la movió de un lado a
otro para negar que existiera recuerdo alguno en su mente.
Su madre no lo entendió en
absoluto. ¿De verdad no lo recordaba o estaba evadiendo el tema? Justamente, en
el libro que tenía en su mano hacía unos minutos había leído un párrafo que
afirmaba que ciertas veces la mente era selectiva y para el bien de la persona,
a veces suprimía aquellos recuerdos traumáticos para que no nazcan secuelas de
ellos, quizás eso era lo que le ocurría a Edith, pero sólo era una de las
tantas suposiciones que Maia tenía pendientes por resolver pero que no quería
adentrarse, quizás por miedo a enloquecer.
_ Está bien, hija. Entonces no
hablaremos –le contestó pronunciando con sus dedos los rulos negros de la
pequeña. Si te molesto en tu dormitorio entonces no tendré remedio que irme al
que está vacío.
_ ¿Al de Amadine Tussaud?
–Preguntó, nuevamente sorprendiendo a su madre
_ Sí, contestó ella. –Suponiendo
que Edith había escuchado dicho nombre salir de la boca de su padre
Diez minutos después, el
trapeador empapaba los pisos empolvados de la habitación vacía. Tendría que esperar
a Axel para que la ayude a mover la cama de una plaza que tenía dejada en el
fondo, aunque últimamente odiaba la idea de pedirle ayuda o favores.
A la noche, mientras la cena se
preparaba casi sola, el dormitorio de Amadine, había cobrado vida. El piso
estaba tan reluciente como si estuviera nuevo, aunque era necesario cambiar el
empapelado de las paredes que le daba un aspecto antiguo y percudido al estar
descascarado sobre la madera.
El sol cayó rápido y pesado como
una gigantesca bola de metal, la luna se mostró llena y dorada.
Comieron sin formular una sola
palabra, escuchando una inquietante melodía que Edith cantaba con la boca
cerrada. De repente, habló:
_ Mami, perdóname por echarte de
mi habitación. Maddie y yo necesitamos estar solas. Ella también se disculpa
por haberte mandado a la habitación de la señora Tussaud.
Sus padres la miraron pero no
prorrumpieron una sola palabra. Estaban impresionados con la habilidad de su
hija en disociar sus pensamientos y repartirlos entre ella y aquél ídolo que
parecía haberla hipnotizado desde el momento en que la encontró. Aun así, no
dijeron nada; toda oración ficticia de Edith que hacía revivir teatralmente a
Maddie, los hacía acordar al momento en que su forma de vida cambió de
improvisto.
Todavía ninguno pensaba cómo superaría esa dura etapa, ni siquiera
lograban resolver cómo mantenerla.
_ La cena está deliciosa, cariño.
–Dijo Axel sonriéndole a Maia
Edith los observó callada,
esperando algún tipo de reacción, y la encontró. Maia apartó la vista de sus
espaguetis para apuntarla a su esposo, a quien le proyectó una expresión nula.
Luego, no pudo contener una carcajada cargada de rabia y para no seguir con el
tema, se levantó de la mesa y se fue a su cuarto con prisa. Desde el comedor se
escuchó el portazo.
_ Disculpa a mamá, pequeña. –Le
dijo a Edith pronto me podrá perdonar. Todo el a mundo comete errores, ¿sabes?
Y a veces con ellos lastimas a la gente que amas. Eres muy pequeña para
entenderlo... pero a alguien se lo debo decir.
Sus ojos azules se cristalizaron
en lágrimas y uno de ellos soltó una que se resbaló por su mejilla.
Tres de la mañana. La casa se
volvió muda. Toda la familia descansaba en el mundo onírico, cada uno en su
habitación. En eso, Edith, que siempre dormía acompañada, nuevamente quedó
sola.
Una niña de plástico corría
libremente por la caza oscura, cuyos únicos rayos que la iluminaban de forma
vaga, eran los de la luna imponente pero aun así, débil e impotente.
Algo logró interrumpir el
descanso de Maia, era un llamado, una voz:
_ Maddie es Amadine... Maddie es
Amadine... Maddie es Amadine... ¡Maddie es Amadine! –Sonó fuerte dentro de su
cabeza y le causó un sobresalto que la hizo despertarse cubierta en sudor frío
Se sentó en su cama de golpe,
como si hubiese sido revivida con un desfibrilador. Sentía el corazón latir
rápidamente, como el de una rata.
Entre la luminosidad opaca de la
luna, pudo distinguir fácilmente que la puerta de su habitación estaba abierta.
Frunció el ceño y luego su corazón estalló de miedo. Iba a gritar, pero su
lengua pareció devolverle el grito a su interior. La muñeca, Maddie, estaba
allí, parada a los pies de la cama, congelada pero persistente, como la misma
luna.
"Esto debe ser una broma de
Edith", quiso suponer cuando notó que una mano de la muñeca estaba
levantada y su dedo índice señalaba precisamente hacia la pared.
Como un acto reflejo o por la
misma situación de subordinación que le imponía el miedo en ese momento, giró
su cabeza hacia donde le señalaba el dedo y descubrió que justo en ése lugar,
había una abertura en el empapelado color verde oliva. Frunció el ceño
nuevamente, tomó valor y se puso pie. Por algún motivo, su postura ante aquel
insólito hecho era firme, quizás era porque nunca le había tenido miedo a este
tipo de cosas o tal vez porque una parte de ella, seguía creyendo que estaba
dentro del sueño. Respiró hondo y metió la mano en aquel tajo que casi pasa
desapercibido para su adormecida visión. Al meter la mano, se percató que en
aquel espacio, el papel no estaba pegado y probablemente lo habían hecho a
propósito. Finalmente, no fue muy difícil retirar lo que había allí.
El color denotaba el paso de los
años, en un tiempo fue un sobre blanco e impecable. Olvidándose de que la
muñeca estaba detrás de ella, rompió el sello que lo bloqueaba, una fina lámina
adhesiva con la palabra "Tussaud". Sacó la hoja dura que estaba
doblada en cuatro y la leyó:
"Malaventurado aquél que lea
éste mensaje escrito en el pasado, leído en el presente y ocurrido gran parte
en el futuro.
Los grandes espíritus del Santa
África me han prometido una reencarnación. Y yo, fiel cordero, accedí a cambio
de tres sacrificios.
Según sus predicciones, todos los
hechos ocurrirán, siempre y cuando les obedezca en todo, poniendo mi sabiduría
por debajo de su poder, tanto es así, que ni siquiera sé por qué ni a quién le
escribo estas palabras, pero así me lo han mandado.
Ya tengo todo lo necesario para
el ritual, he seguido sus pasos al pie de la letra y se que aún después de
muerta tendré que terminar con la vida de tres almas mas.
Mi cuerpo, será entregado bajo mi
absoluta voluntad, pero todos lo entenderán como un suicidio. Los otros dos
serán entregados en el futuro, justo antes de reencarnar en carne y sangre en
el cuerpo de una de mis víctimas. Hasta ese entonces, no seré Amadine, sino
Maddie, la niña de plástico."
Maddie... Maddie... Maddie... El
nombre retumbó en su cabeza e hizo temblarle las rodillas. Nuevamente se acordó
de quién estaba atrás suyo y dio vuelta con violencia. Al descubrir que el
espacio que ocupaba Maddie, ahora estaba vacío pegó un gritó chirriante que
hizo resonar el vidrio flojo de la ventana.
_ Ésa cosa se ha ido. Oh, no...
¡Edith! –gritó
Corrió envuelta por un espanto
atónito hacia la cocina y tomó el cuchillo que por casualidad creía ella,
estaba sobre la encimera más cercana, cuando en realidad la niña de plástico lo
había puesto allí.
Los ruidos de aquella casa con
los pisos de madera, los gritos a altas horas de la noche y las pesadillas
inoportunas hicieron que Axel se despierte también con una sacudida alborotada.
Maddie es Amadine... Maddie es
Amadine... Maddie es Amadine... sonaba en su cabeza. De pronto, sintió que
abajo corrían unos pasos apresurados y descalzos. En seguida salió de la cama
para ver lo que estaba pasando.
_ ¿Dónde estás? –dijo Maia
ingresando a la habitación con el cuchillo en la mano ¡No voy a dejar que dañes
a mi hija! –gritó
Un brazo fuerte le apretó la
muñeca y le quitó el cuchillo, ella volvió a gritar, pero Edith no se despertó.
_ ¿Qué mierda estás haciendo?
–Exclamó en voz baja Axel, tirando el cuchillo lejos del lugar
Ella no supo qué contestar, ni
tampoco quería.
_ Yo... no es lo que parece.
–Dijo
Axel soltó una carcajada
nerviosa.
_ Imagínate cómo hubieses
reaccionado tú si hubiera dicho eso cuando viste las fotos. –Se acercó más a
ella y la penetró con sus ojos furiosos Escúchame bien, si le haces algo a
Edith, los vas a lamentar de verdad. –Percibió en el rostro de la mujer una
increíble cantidad de miedo y se retiró con la seguridad de que nada más
sucedería.
Cuando se dice que las cosas no
pueden estar peor, se vuelven peores. Escuchó a Axel subir las escaleras,
mientras ella se dirigía a su cuarto. Vio el tajo agrandado en el empapelado de
la pared y metió la mano dentro, pero no había carta alguna.
_ ¿Dónde la he metido? –Dijo en
voz alta buscando por todos los lugares
Se fijó en los rincones, debajo
de la cama y hasta en la encimera de la cocina, pero la carta no estaba. Volvió
a su cuarto.
_ ¿Estoy quedando loca? ¿Todo ha
sido un sueño? ¿Me lo he imaginado?
La noche transcurrió como si no
hubiese pasado nada.
El sábado nació soleado y
precioso, parecía un día primaveral. Maia creía que lo que había pasado ayer
era una especie de sonambulismo mezclado entre el sueño y la vigilia, lo más
raro de todo era que nunca le había pasado algo así, nunca podría determinar
cuándo había comenzado y cuándo dio fin.
La oreja pequeña de Edith estaba
pegada en la boca de Maddie.
_ ¿Quieres ir a la hamaca? –Le
preguntó la niña Está bien, vamos.
Corrió alegre con saltitos
infantiles hacia allá.
Aunque Maia se había obligado a
convencerse que lo que había pasado, era una mala jugada de su conciencia,
ordenando la cama, ojeaba sigilosamente por los rincones por si encontraba la
carta fantasma, pero no la halló por ninguna parte.
Axel se estaba haciendo un
emparedado para llevar al trabajo, a pesar de que era sábado tenía un horario
muy apretado durante la tarde. Mientras untaba mayonesa sobre el fiambre, su
atención de desvió cuando encontró justo cerca de sus pies un sobre amarillento
sin bloquear. En seguida, lo levantó. Extrañado por haber encontrado algo tan
inusual en la cocina de su casa, lo abrió y retiró de su interior el papel
grueso doblado en cuatro que al abrirlo supo que se trataba de una carta,
escrita en manuscrita con una especie de delineador de ojos de color rojo. Allí
mismo, lo comenzó a leer:
"Amor mío. No te imaginas
cómo me gusta escribirte por este medio, este tipo de códigos, el sobre, la
carta y el delineador rojo me causan tanto morbo que me éxito en escribirte.
Te quiero decir que todo ha
salido a la perfección. El idiota de Axel todavía no se pregunta cómo es que una
estúpida niñita de cinco años pudo haber tomado tales fotos. La verdad es que
me has sorprendido con tus enfoques, por fin lo hemos capturado con las manos
en la masa. Él ni siquiera se imagina que tú existes y encima se cree culpable
de nuestra situación. Ahora que lo pienso, soy muy buena actriz llorando o
quizás son mis increíbles ganas de mandarlo a la mierda que me hace
desempeñarme como una actriz eximia.
Todo marcha a la perfección.
Sólo nos queda esperar que crea
que estoy loca y que quiero matar a nuestra estúpida hija para que ambos se
larguen de aquí y así nosotros podamos vivir tranquilos en nuestra casa nueva.
Pronto te traeré nuevas noticias.
Te amo, Maia."
El descubrimiento hizo sumergir a
Axel en un océano infinito de ira y dolor. Caminó casi corriendo hacia la
habitación donde ella estaba, al mismo tiempo que Edith quedaba sola en la
hamaca, sin Maddie.
Axel se asomó con precisión en la
puerta, vio que su esposa buscaba algo casi sin descanso mientras daba una
barrida descuidada en el cuarto.
_ ¿Buscas esto? –Preguntó
levantando el brazo con el sobre en la mano
Ella vio el sobre y sintió un
ligero palpitar, no sabía si sentirse feliz por el hecho de que no estaba
enloqueciendo, o mal por haber descubierto que se habían mudado a la casa indicada.
_ Sí –contestó con firmeza, eso
es lo que busco. Supongo que ya lo has leído.
A Axel le sorprendió la
naturalidad y la falta de vergüenza de su mujer, hasta le era difícil
diferenciar a esa desconocida con la que había conocido y había jurado amor eterno.
_ Supones bien –le contestó.
¿Hasta cuándo pensabas ocultármelo? –dijo expresando rabia en su rostro
Ella no respondió, aunque era una
situación extraña que se debía conversar seriamente, no era un tema con el que
podría entablar una conversación con un esposo infiel. Su orgullo pesaba aún
más que todo eso. Sin embargo, una parte de ella estaba comenzando a insistir
en dejar todo atrás, por lo menos de forma temporal y comenzar a preocuparse
por lo que de verdad importaba: los sucesos paranormales que habían sucedido en
la casa desde la llegada y las horrorosas apariciones de la muñeca de Amadine;
podría odiarse después, pero primero estaba el bienestar de su hija y eso era
algo que le incumbía a los dos, más allá del error y la falta de respeto de
Axel hacia la familia. Le tardó considerarlo medio segundo y entonces, se
dispuso a hablar.
_ Está bien. Disculpa por no
habértelo dicho...
_ ¿¡Disculpa!? –Interrumpió
enloquecido ¿Cómo quieres que te disculpe por una cosa de ésta? Admito que yo
me he equivocado en traer una mujer a la casa, pero no se compara con lo que
planeas hacer tú. No puedo creer cómo nos has traicionado –sus ojos despidieron
dos líneas de lágrimas que cayeron por sus mejillas, una de ellas, se metió
dentro del surco rojizo de su cicatriz y se quedó estancada, sin posibilidades
de hacer nada y todo por un hombre.
_ ¿Qué... qué estás diciendo?
–Dijo ella tartamudeando, viendo que Axel se ponía de cabeza gacha para iniciar
un lastimado sollozo
Con un signo de interrogación
dibujado en su rostro, dio dos pasos ágiles hacia delante y le arrebató el
sobre de la mano, lo abrió notando que el sello con el apellido
"Tussaud" escrito ya no estaba, lo sacó y leyó aquel extraño mensaje
escrito con el delineador que hacía dos días había perdido.
Su pecho dio un vuelco tan
inmenso que le fundió en una sacudida interna. La letra era casi igual a la
suya, pero ella no había escrito eso.
_ ¡¿Qué es esto?! Yo no hice
esto. –Axel levantó la mirada como un tigre asesino No, amor debes creerme, nos
están tendiendo una trampa. ¡Maddie...! La muñeca de Edith en realidad es
Amadine que quiere matarnos para completar su sacrificio –se acercó nuevamente
hacia él y lo tomó de las mejillas, ¡Por favor, créeme!
Él puso la mano en su pecho y la
apartó con fuerza.
_ ¡No seas ridícula y admite que
también eres una adúltera!
Fue despedida hacia atrás, pero
no con tanta fuerza como para que se produzca el trágico momento que estaban
por sufrir.
Apoyó la punta del pie derecho y
luego su talón para evitar caer al piso. Luego, necesitó apoyar el otro, pero
éste no llegó al piso. Su pie se torció de repente al pisar una superficie redonda,
parecido a un balón. Su tobillo se rompió con un crujido.
El cuerpo de la pobre mujer cayó
duro y congelado como un ángulo de noventa grados volviéndose llano. Su cabeza
se golpeó con el borde de la cómoda donde guardaba la ropa y un tajo sangriento
se dibujó en su sien. Cayó sin vida y a sus pies, estaba inanimado el objeto
que había pisado, no era un balón, sino una cabeza: la cabeza de la niña de
plástico.
Las orbitas oculares de aquel
hombre nunca habían sido tan grandes. No podía creer que un simple empujón
hubiese podido desencadenar tal tragedia. Sus manos estaban embarradas de un
acto homicida.
_ No... ¿qué acabo de hacer?
–Dijo tomándose con fuerza y locura los cabellos de su cabeza
Una vena nerviosa saltó
perpendicular a su frente y se levantó sobre su piel traspirada y brillante.
_ Maia... espetó sollozando un
llanto de vidrio No, no, no, no... agregó en un desespero agitado Yo no lo
hice... yo no la maté, ella se tropezó... Sí... se tropezó con el muñeco y se
golpeó la cabeza.
Lo que decía era cierto, pero
ninguna clase de autoridad se lo creería. Hacía poco más de una semana había
sido marcado de por vida en su rostro por un cuchillo que Maia había manipulado
y no presentó cargos. "¿Por qué no lo hizo?..." pensaría la policía "...
¿será que quería hacer justicia con sus propias manos?"
Se veía sin salida, incapaz de
poder actuar o moverse. Quedó mirando espantado el cuerpo muerto de su mujer a
los pies de la cómoda, con su cabeza ensangrentada emanando como una cascada
grotesca cada vez más y más sangre. Sus ojos, aunque ya no veían nada, estaban
completamente abiertos, casi como los de él, mirando fúnebremente lo trágico
del destino y lo escuro de la muerte.
De pronto, algo lo sacó de
aquella nube maligna de la que había sido metido sin querer y lo introdujo otra
vez en la nerviosa desesperación.
_ ¡Maddie! –gritó Edith desde
afuera ingresando a su casa
La entrada principal quedaba a
solo cuatro metros y una puerta de la escena del crimen. Axel no sabía qué
hacer.
_ Maddie, ¿Dónde estás? –preguntó
entrando
Maddie... otra vez se nombraba a
la maldita muñeca que había sido testigo del crimen. Axel no la había visto
detrás de su esposa hasta después de fallecer. "Si tan sólo fuese alguien
con vida, la enviaría a la cárcel, porque ambos sabemos que yo no he sido el
asesino.", se dijo en su interior considerando que estaba al borde de la
locura.
La vena que había crecido en su
frente le deformaba la cara casi tanto como su cicatriz, dentro de ella, corría
su sangre homicida furiosa y vertiente como la de la cabeza de Maia. Se dio la
vuelta y cerró la puerta de un golpe, ni siquiera se dio cuenta que estaba
actuando, hasta parecía verse afuera de él mismo, desconociéndose como persona.
Tomó con fuerza el cuerpo de Maia
y lo metió bajo la cama. Gotas de su helado sudor cayeron en el ínterin.
El puño de su hija golpeó la
puerta.
_ Mamá, ¿Maddie está allí
contigo? –Preguntó desconociendo lo que ocurría detrás de la puerta
El atlético estado de Axel lo
había beneficiado en aquél momento, sólo tardó unos segundos en esconder el
cuerpo de su madre. Luego, movió la cómoda hacia delante para que ésta quede
encima del charco de sangre.
Respiró hondo y abrió la puerta.
Edith lo vio y le causó asco
verlo en ese estado. Lucía traspirado, despeinado y agitado. Pero cuando vio
que tenía a la muñeca en su mano la tomó rápidamente y se olvidó del tema. Dio
media vuelta y se fue de nuevo hacia la hamaca.
_ ¿Dónde estabas? –Se le escuchó
decir Me dijiste que ibas al baño y terminaste en el cuarto de mamá...
La palabra "mamá"
resonó en su mente junto con otra que desde hacía varios minutos evitaba
afrontar: Criminal.
Pidió faltar al trabajo esa tarde
por motivos de salud, confesó que no le importaba el monto de dinero que le
descontarían de su sueldo el próximo mes por ello.
Lo que haría en el correr del día
no lo pensó mucho, estaba demasiado choqueado como para poder realizar sus
acciones con claridad. Primero, esperó que su hija se duerma, tan profundamente
como acostumbraba a hacerlo.
Sacó del fondo de la casa una
enorme hoja de plástico grueso, con la que envolvía las vigas y otros elementos
que había comprado para la reformación del hogar y la llevó hacia el lugar del
crimen. La colocó sobre la cama de una plaza y recostó a su esposa encima,
tapándola después con una manta roja. Acto siguiente, la limpieza total e
impecable del lugar.
Mientras trapeaba no dejaba de
pensar en el hecho de que su hija ya no vería más a su madre. No tuvo necesidad
de mentirle, por alguna razón no le había preguntado dónde se encontraba su
madre que no había visto en todo el resto del día.
Cada lágrima que derramaba en el
piso, era eliminada con el agua enjabonada que liberaban las cuerdas del trapeador
y que se mesclaba con la sangre espesa pegada en los tablones.
Cuando terminó, hizo lo más
difícil. Mientras todo secaba, envolvió como a un enrollado al cadáver en el
plástico y con las puertas de la habitación, de la entrada y de la camioneta
abiertas, se transportó con rapidez y sigilo con su mujer en los brazos,
rogando a la suerte no encontrarse con Edith despierta. Cuando quiso acordar,
estaba en el asiento delantero con la mano en la llave, comenzando a llevar a
su esposa al rio más cercano, a unos dos kilómetros de allí. Si la suerte lo
acompañaba, no lo atraparían. El rio corre fuerte y desemboca en una cascada de
piedras, sabía que era un indigno adiós hacia el cuerpo de su mujer, pero debía
elegir entre eso y pasarse toda la vida en la cárcel.
La próxima imagen que tenía de
sí, era su cuerpo recién bañado, acostado en la cama matrimonial, sin mover un
sólo musculo, sin creer lo que acababa de pasar ese día. No supo cuándo se
durmió, pero cuando quiso acordar, el sol ya se había asomado por completo
desde el frío horizonte.
Se desperezó con sus parpados
congelados, para él solo habían pasado unos minutos, su cuerpo no tenía
muestras de sentirse descansado y necesitaba estarlo para afrontar todas las
mentiras que debería formularle a la policía para no ir preso, se tomaría todo
el día para pensar bien en eso y a la noche llamaría a las autoridades para
anunciar la extraña desaparición de su mujer.
Se sentó en la cama y abrió los
ojos. Gritó del susto.
El reloj casi marcaba las ocho de
la mañana, era imposible que Edith ya haya despertado.
Justo al lado de su cama, estaba
Maddie parada, como si sus pies de plástico estuviesen clavados en el piso a
través de la alfombra color roja.
En la casa había un silencio que
le producía un leve zumbido en sus oídos, luego se escucharon unos pasitos
secos que provenían del pasillo. Era Edith.
Entró a la habitación con un
rostro inentendible, sus ojos lucían apagados y artificiales, como si por ellos
hubiese perdido la esencia de su vida. Estaba vestida con su camisón blanco de
cama y se veía media perdida.
_ ¿Edith? ¿Estás bien, pequeña?
–le preguntó su padre, como si en su cabeza no tuviera ningún problema por el
que preocuparse.
Ella no respondió al instante.
Luego, bajó la cabeza hacia Maddie, quién estaba de espaldas a ella. La subió
de nuevo y en el instante que iba a comenzar a hablar, le bajaron de sus
narinas dos finas y brillantes líneas de sangre que se deslizaron por sus
labios y cayeron sobre la cabeza de Maddie, manchando el tul de su vestido de
novia.
_ Maddie no está vacía. Aún
puedes salvarnos. –Dijo y salió corriendo a toda velocidad
Su padre se paró inmediatamente y
salió en busca de ella.
_ ¡Edith!... ¡Edith, vuelve aquí!
–le gritó antes de salir del cuarto, pero se detuvo en la puerta y dio un giro
de ciento ochenta grados para ver de espaldas a Maddie.
"Maddie no está vacía. Aún
puedes salvarnos..." recordó y se estremeció del miedo.
_ ¡¿Qué carajo está pasando?!
–Gritó al techo agarrándose mechones de su cuero cabelludo con tanta fuerza que
los arrancó No... esto no es real, esa muñeca sólo es juguete, ¡un estúpido
juguete! Maia no estaba en lo cierto, Edith está confundida y yo... bueno, creo
que yo sí estoy loco.
Todo eso lo había dicho con los
ojos apretados y cuando los volvió a abrir, la muñeca estaba con la cabeza dada
vuelta, mirándolo con los ojos más vivos del mundo. Axel notó que las manos de
Maddie estaban manchadas de color rojo y una de ellas cargaba un lápiz,
precisamente el mismo que había perdido Maia y con el que supuestamente había
escrito a su amante.
El estómago Axel se torció de
repente y lo hizo encorvarse haciéndole escupir un vómito verde con manchones
rojos de sangre que se desparramó fuera del borde de la alfombra. Su
respiración era agitada, pero cuando vio la sangre, se aceleró aún más.
_ ¡No nos matarás! –Le gritó
desquiciadamente ¡No nos podrás matar, Amadine! ¡Primero lo haré yo!
Y de nuevo recordó la frase que
había dicho Edith: ""Maddie no está vacía. Aún puedes
salvarnos...".
Sin pensarlo dos veces, cargó la
muñeca y la acostó boca arriba sobre la cama, luego la volteó, sus ojos lucían
demasiado reales como para volverlos a mirar.
_ Bien, Edith ha dicho que no
estás vacía. ¿Qué mierda llevas en tu interior, maldita puta? –le dijo
destrozando el velcro para desvestirla
Descubrió su espalda y vio en su
cuello la palabra "Maddie", más abajo, en el medio de su envés estaba
escrita la frase "Ábreme si quieres vivir" y al momento en que lo
leyó corrió hacia la cocina a buscar el cuchillo más grande. Sin piedad alguna,
penetró aquél plástico como a un trozo de carne muerta y le hizo un tajo que
recorrió su espalda, lo abrió y halló en el interior un sobre pequeño, de
apariencia exacta al que había encontrado hacía veinte horas, con la diferencia
que éste estaba bloqueado con un sello rectangular con el apellido
"Tussaud" escrito.
Lo abrió desesperadamente y leyó
lanzando de su boca sucia de vómito, un gemido de horror que no cesaba.
"Mis queridos
malaventurados, no lo tomen de manera personal todas las desdichas que le he
hecho pasar. No quería hacerles sufrir, pero no podré revivir plenamente si no
entrego antes de tiempo los tres cuerpos necesarios.
Aun así, si estás en contra de
mis planes, te doy el permiso para que continúes tu vida en paz. Simplemente
debes enterrar mi cuerpo de plástico, aquél que tome prestado para realizarlo
todo y entiérralo bajo una de las higueras en un agujero profundo y grande como
para poner un humano, sólo de ésta forma mi alma descansará en paz y ya no
podré volver al mundo real. Mis dioses son deidades muy generosas con los
humanos y aún en contra de mi voluntad, me han obligados a decirles la solución
a su problema, pero recuerda, sólo podrás lograrlo si todavía no han muerto dos
de ustedes"
Axel no sabía si en ese momento
debía gritar de felicidad o entregarse al terror que corría por sus venas y que
hacían que su pecho estalle en latidos.
Agarró a la muñeca de los pelos
corrió como un felino africano hacia el fondo de su casa para tomar una pala de
excavación.
Afuera caía un rocío invernal,
pero a Axel ni siquiera se le pasó por la cabeza abrigarse. Atravesó nuevamente
la casa, ésta vez su meta era el frente hacia la higuera más cercana, tenía
ambas manos ocupadas y en su mente yacía la pregunta "¿Dónde está
Edith?"
La llamó a gritos imaginando cómo
se lamentaría si estuviese muerta, no solamente porque se quedaría sólo, sino
porque habría faltado a la única condición que tenía el macabro juego de
Amadine, no enterrar a la muñeca si ya hay dos personas muertas.
Cuando salió por la puerta
delantera, vio a Edith de espaldas sentada sobre la hamaca del sauce, parecía
estar en perfectas condiciones pero no quiso vociferarle, algo dentro de sí le
decía que debía terminar con el entierro cuando antes y además comprendía como
comprendía la obsesión de su hija hacia la muñeca, la verlo enterrarla
protestaría contra él y no tenía tiempo para ese tipo de escenas.
Tiró la muñeca hacia un lado y de
inmediato comenzó a cavar. Al hacerlo, Edith se dio cuenta de lo que hacía y se
acercó a él, inexplicablemente no levantó queja alguna, permaneció callada todo
el tiempo salvo tres o cuatro veces en donde tosía y le sangraban las narices,
en esos momentos era en los que Axel más se apresuraba. Por suerte, la tierra
estaba húmeda por el abundante rocío que la había ablandado, entonces no tardó
mucho tiempo en cavar el gran pozo. Cuando terminó, no pudo evitar largar una
aturdidora carcajada cuyo aullido demente torció del miedo hasta a las
higueras. Agarró del pelo a la muñeca que había permanecido inmóvil todo el
tiempo y la arrojó adentro.
_ ¡Ahí tienes tu maldito pozo,
hija de puta! ¡Ahora déjanos en paz! –le exclamó
Cargó un montón de tierra con la
pala y comenzó a llenar el pozo, pero algo lo detuvo. Sintió un dolor
indescriptible en su espalda, algo frío y filoso lo había atravesado de atrás,
percibió que sus pulmones le ardían pero al mismo tiempo sentía congelado el
resto de su cuerpo. Tosió una vez y de su boca saltó un chorro de sangre, su
respiración ahora había alcanzado el punto máximo de agitación y cada vez le
costaba más tomar aire.
Edith retiró el cuchillo que
había clavado en la espalda de su padre y soltó una risita al mismo tiempo que
éste caía al pozo. Golpeó su cabeza con la tierra húmeda y desparramada, estaba
boca arriba junto a la muñeca Maddie que enigmáticamente, tenía la nariz y la
boca empapadas de sangre.
Aún con el dolor que estaba
terminando con su vida y la tos sangrienta que sucedía cada cinco segundos,
tomó fuerzas para decir sus últimas palabras.
_ Ed... Edith... ¿Qué me has
hecho?
La niña se rió nuevamente y
agarró la pala del piso, luego habló:
_ ¿Edith? –Largó una carcajada
malvada Éste ya no es el cuerpo de tu hija. Ella ahora está muerta, justo a tu
lado. –Axel le dio un vistazo a la muñeca y en un esfuerzo de llorar, una
corriente de dolor le hizo retorcer su cuerpo, la niña siguió hablando Lo más
gracioso de todo es que yo sólo te he matado a ti, pero tú... tú has matado a
toda tu familia, accidentalmente, pero en fin, los has matado a todos. Por si
el dolor no te deja darte cuenta, cuando abriste a la muñeca por la espalda
para retirar el sobre, en realidad se lo estabas haciendo a mi querida amiga
Edith, pero no te preocupes, posiblemente murió en el segundo y sin darse
cuenta; y ahora morirás tú, tal y como me lo han predicho los dioses. –En ese
momento, Axel dejó de respirar y el viento furioso: el viento de mal, sopló por
toda la casa Ya he entregado mis tres ofrendas, ya los he sacrificado y ahora,
estoy nuevamente viva.
Escrito por Marcos Llemes
Escrito por Marcos Llemes
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